Aunque no leas esto, Cn, mi cuerpo me pide escribírtelo, como si en ello, se cumpliera un hechizo, y algo de luz invadiese mi oscuro mundo. Se que si la llegases a leer te parecerá estúpida, sin sentido, aún así, correré ese riesgo, y permitiré que estás letras, estos sentimientos, queden plasmados.
Hoy me has llamado a casa varias veces, y en todas ellas, me he negado a hablar contigo. Desde que al llegar a casa, me preguntaron quien era esa chica que había preguntado por mí, temía que volviera a sonar el teléfono de nuevo. A todos dije que si volvía la llamada, dijeran que no estaba, con la esperanza de esa forma de no hablar contigo, de huir del hecho. Estoy seguro, que lo que me ayudo a tomar esa decisión, es creer que el motivo de tu llamada no era otro, que agradecerme el cd de música que te hice llegar. Quizás por eso mismo, no me atrevía a hablar contigo. No se si era por enfado, o por la ilusión de que fuera algo más que eso, o quizás, seguramente, era por la esperanza, quizás estúpida, de que podía ser cualquier cosa.
No te enfades, no tengo nada contra ti. Más al contrario, te tengo en muy alta estima, te tengo un cariño muy especial. No malinterpretes mis palabras, eso sería lo más fácil. Hablando con nuestros comunes conocidos, sobre que sentimiento era el mío sobre ti, me costaba explicar, que era sencillamente, que disfrutaba con tu compañía, que hacías que todos los momentos fueran geniales, que toda angustia se olvidase, que cada minuto contigo, valiera la pena vivirlo. No se que significa eso, como ya te dije, lo fácil, es endosar que estoy enamorado. Yo no lo creo, o intento no hacerlo. Prefiero pensar que son ansias de amistad. Aunque quizás no sea yo la persona más correcta para explicar la diferencia.
Ahora que esto es una carta, y no estoy delante de ti, Cn, te confesaré un secreto. La primera vez que volviste a tus estudios, tan lejos de aquí, lloré. Serían justo los instantes en los que cogías el avión, o preparabas los últimos detalles de la vuelta, mientras yo en mi cama, encogido, con las rodillas en el pecho, los ojos cerrados, respiraba cortadamente, pues las lágrimas me impedían lo contrario.
¿Recuerdas cuando nos despedimos en la esquina de la plaza, con la bicicleta, la primera vez? Te dije que iba a ser la última que nos íbamos a ver. Tú tenías prisa por irte, tus padres te esperaban para cenar, y yo, sin miedo a caerte pesado o que pensarás mal de mi, no quería soltarte, no quería que te fueras, pues sabía, que aquello era más que una despedida. Tú decías que en las próximas vacaciones volveríamos a vernos todos, y yo, te mostraba la luna, como testiga de la realidad que nos envolvía.
Tú te fuiste: yo me fui: pero algo de mí, quedo en aquella esquina. Desde aquel día no paso por allí, por miedo a encontrármelo y tener que recogerlo, y quizás también con la esperanza de creer que allí en aquella esquina, todavía estamos despidiéndonos, hablándonos, riéndonos.
Contigo aprendí a ser egoísta, a no importarme nada si estoy contigo, a no temer ni siquiera caerte mal, por abusar de tu amabilidad, a enarbolar cualquier bandera, sin con ello consigo estar a tu lado, a que mueran personas si de esa forma me río contigo. A perder cordura y creencias si de esa forma te veo.
Volviste en vacaciones, y varias veces más desde aquella vez. Pero ya no éramos ni tú ni yo. Todo había cambiado, y ahora son otros los que en otra plaza de despiden, con un chico ilusionado por algo que ruega a Dios que suceda, pero sabe que no podrá ser. Desde aquel día, en las veces que hemos coincido, en algunas milésimas de segundos, la luna desde algún lugar, nos ha devuelvo aquello que nos rodeaba, y hemos vuelto a ser los mismos. El problema que tengo ahora, es no saber si darle las gracias, o maldecirla por ello.
Un beso, Cn, para cuando el día que lo leas, y mil besos más, Cn, para todos los demás.
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