miércoles, 15 de marzo de 2006

Esclarecedor sueño

Fue un sueño extraño; normalmente nos olvidamos de lo que soñamos, pero esta vez, hice un esfuerzo para retenerlo.

Me encontraba en el desayuno, en un comedor común. Estaba ella, y los otros. Yo tenía prisa por salir, tenía que ir al trabajo en bicicleta, como siempre, y aunque ella tenía coche y trabajábamos juntos, preferí no pedírselo.

Salí rápidamente mientras ellos se quedaron. Cogí un trozo de pan y algo más, para comer a media mañana, y me lo puse bajo el brazo, junto a otras cosas que llevaba. Recuerdo que al salir, crucé varias calles muy transitadas. Cuando me di cuenta, había perdido lo que llevaba, así que preocupado, por que llegaba tarde, y por el hecho en si, volví en mis pasos. Al momento encontré algo, no recuerdo bien, pero era señal, de que con suerte, poco a poco encontraría el resto.

En mi camino de regreso al comedor, no tarde en encontrarme con ella. Le explique vagamente que se me habían caído las cosas, y sin darme cuenta, empecé a acompañarla.

Era conciente que ya llegaba tarda, y que aún tenía que ir a buscar mis cosas perdidas, aún así, preferí ir con ella, sin cuestionarlo... "Podría llamar al trabajo..." pero no llegaría hacerlo.

Llegamos a unas oficinas, papeles del coche recuerdo. Ella entro mientras yo me quedaba en la sala de espera. No había nadie más. Un momento dado, salio para contarme lo que le habían dicho, que tenía que traer el carné de conducir para finalizar las gestiones, carné, que como en la vida real, todavía no se lo han dado, y de esa forma, sin contarlo directamente, buscaba mi complicidad, mi apoyo, ante su intento de explicar, que se le había olvidado, una vez más.


sueño


Es raro, no creo en los sueños como predicciones, pero sí como reflejos de lo que nos pasa por la cabeza en esos días. Para otra persona, todo esto será criptográfico, para mi, esta todo claro.


Todo claro.

viernes, 10 de marzo de 2006

Cuanto más quieres a alguien

Cuanto más quieres a alguien, más dolor te causa.


¿Quién tiene la culpa?
¿Dónde está la solución?
¿ [...] ?

jueves, 9 de marzo de 2006

Dañar sin querer...

Como otras miles de cosas, casi todas, no lo llego a entender. Intentamos darnos a los demás, me lo han inculcado mis padres, e intentamos animar, aconsejar, hacerles comprender que existe un mundo mejor, que todo llega, que todo es bello, y que si existen momentos malos, es porque también existen momentos geniales, y que es misión nuestra, saber encontrarlos, y saborearlos como el mejor de los licores.

Pero no, no sirve. Los mismos consejos que doy, aunque son dados con sinceridad y buenas intenciones, soy el primero en negarlos en mi mismo. Ante ellos los justifico con facilidad, pero luego, en la soledad, envuelto en la oscuridad, nada me consuela.

Hace unos días, animaba a una compañera a que dejará de llorar, alzara sus ojos y viera todo lo bueno que le rodea, todos quienes le queremos y todas esas cosas que pasan cada día, que pasan desapercibidamente. Ahora soy yo, el que se siente aún más solo, como si para llenarla a ella, me haya vacío de completo. Ella lloraba por que le había dejado la pareja, y temía no poder tener otra, y encontrarse sola en el futuro. Ahora cuando estoy frente a un espejo, sólo miro a un chico que siempre ha estado solo, y que no sabe convivir con nadie, pues nunca lo ha hecho. Miro a un chico enjuto, que incluso delante de las personas, pasa desapercibido, sin que nadie se fije en él, sin que nadie se preocupe. No entiendo como habiendo dado tanto, no haya servido para nada.

Siento que todos me fallan, o que en el fondo, nada me une a ellos. No me han fallado, pues presupongo, que no podría esperarse otra cosa. Luego, casi encontrándonos en el pasillo, te preguntan qué te pasa, con la misma entonación con la que te preguntan donde te has comprado esos zapatos que llevas puesto.

No se que pasa, y no encuentro que hago mal, o como poder solucionarlo. Sigo igual que cansado que siempre, con las eternas ganas de llorar, muriéndome sí aún me quedase vida, ahora, ni siquiera tengo donde llorar, a donde huir. Siempre igual, siempre encorvado, con miedo de mirar a la gente a los ojos.

Me pregunto por qué, aunque grite, nadie me escucha. De las pocas razones que encuentro ya, quizás sea que ya no me queda voz, desgarrada por tantos soles, o que sencillamente, nunca he sabido hablar el mismo idioma, la misma lengua, a esa que llaman universal.

Habrá sido ese resultado de haber vivido toda una vida aislada de la sociedad, y tener como únicas ventanas algunos libros, aún más películas, y todavía infinitivamente más historias en mi imaginación. Cada vez que doy un paso, que digo un sí, me doy cuenta que es una equivocación, que aquello que me promovía para hacerlo, no es real, sino fruto de ensueños en vidas de insomnio.

Y que nadie más lo vea así. Y que nadie a quien quiero, o he querido, me haya devuelto nunca nada.