Después de estos cuatro meses, donde apenas he podido escribirte algo, ya ves que vuelvo ha ti, al fin al cabo, eres lo único que tengo.
Por fin (lo digo por cronología, no por entusiasmo) estoy en lo que va ser mi hogar durante un mínimo de tres años. ¿Cómo me siento? Llevo aquí menos de una semana, y como siempre me ha pasado en estas mismas circunstancias, siento que el mundo me aplasta, sin dejarme respirar. Estoy seguro que dentro de unas semanas, o quizás meses, lo vea diferente, pero ahora, tengo el alma en el suelo.
Hecho de menos a algunos con los que he compartido las últimas semanas, y que cada cual ha emprendido su camino. Siento, injustamente por mi parte, como si me hubieran abandonado, como si ya no les importase nada, y muy posiblemente sea así. Los últimos días, había profundizado mi amistad hacia ellos, y como si de mi maldición se tratase, nos hemos separado con una distancia insalvable. Incluso no puedo ver las cientos de fotos que tengo de ellos, pues con eso, sufre mi alma, al igual, que ni siquiera puedo releer esta carta, pues de esa forma, ellos vuelven a mi, y notar su ausencia, exalta mi dolor.
Será que nunca aprendo, que siempre me dejo desanimar por todo, que soy pesimista, o lo que quieras, ¿pero eso hace falso mi dolor? ¿Acaso crees que aunque no lo entienda nadie, no me siento la persona más desdichada de todas? Pienso en mi futuro, en mi presente, en lo que me decía a mi mismo antes de tomar la decisión, de seguir adelante, de abandonarlo todo, pero no encuentro respuestas que me animen. Me siento delante de un callejón, obscuro, con los cubos de basura, olor putrefacto que no te deja respirar, y con miedo por cada ruido extraño que escucho. No puedo pensar en el pasado, pues al ver lo que tuve, y no tengo ahora, me mata. Tampoco en el presente, pues estoy sólo, y lo único que veo son impedimentos, ni menos aún en el futuro, pues no veo nada positivo en él. No puedo pensar en mis compañeros de camino, pues ahora están lejos de aquí, y me doy cuenta que dichos caminos se bifurcan cada vez más. Tampoco de aquellos que están lejos, pues no conocen nada de esto, y no me serviría para mucho, más seguro que me haría sentir peor. La familia tampoco sirve, ¿para qué preocuparla? ¿Qué solución podrían aportar? ¿Quién queda? Nadie, nada... como siempre. Paso las horas en la cama, desnudo en la habitación, intentando dormir lo máximo, para ocupar las horas sin pensar en nada. Pongo el televisor cuando me despierto, matando más horas, lo suficiente para volver a acostarme. Tengo hambre, pero no quiero comer. Saldré luego, a gastarme dinero y comer algo de comida basura, es el único capricho, que me puedo permitir.
Me gustaría abrazarte. Morir ahí. No me importaría lo que habría que tenido que hacer antes. Tampoco lo que vendría después. Sólo me importa ese momento. Ojala te hubiera dicho en el instante adecuado, lo que quería decirte, sin pensar en nada, sin mirar a ningún sitio, solo a tus ojos, mientras te lo decía. A saber lo que estás haciendo ahora. ¡Qué más me da! No estás aquí, no me aprietas, no descanso mi cabeza sobre ti. No recoges con tus dedos mis lágrimas, y estas mueren en el suelo anónimamente, sin importarle a nadie. Maldigo, maldigo sin fuerzas todo.
Supongo que en unos días esto cambiará. Habré conocido a gente, podré moverme y salir. Quizás consiga ponerme a estudiar, y evadirme de mi mismo. Quizás tenga un periodo de descanso, y pueda volver a casa durante unos días, e ir a la playa y escapar momentáneamente, ojala que pudiera ser eterno. No creo que me sirviera para recargar las pilas, pues la amenaza de volver, planearía sobre mí. En el fondo, no lo que quiero, ¿para qué pensarlo? Si lo hago, vendrá el de siempre, y romperá toda esperanza, y me hará sentir peor, y más sólo.
Ojala pudiera abrazarte, volver en donde nunca he estado.
Volveré a poner la tele.