miércoles, 9 de noviembre de 2005

Sin vuelta

Recuerdo que ya desde ayer me dolía el estomago, al igual que ahora. Sólo que esta vez, tampoco puedo dormir, y dentro de unas horas debo de ir a trabajar. He bebido, un poco, nada, sólo una cerveza, no se, quizás la falta de costumbre, o que el insomnio me haga pensar, y eso provoque este dolor, que a lo mejor, en vez de estomago, es de alma.

Hoy es un día cualquiera, como cualquier otro, en el que un sencillo comentario o suceso abre la caja de pandora que llevas dentro. Tengo ganas de abrir y vaciar la botella de whisqui que tengo aquí al lado, pero se que si lo hago, mañana no podré levantarme, así que prefiero escribirte, quizás de esta forma, consiga dormir algo más tarde, y contener, o quizás provocar, la lagrima que llevo dentro.

En estos últimos días, gente que me rodea, se ha abierto un poco a mi, y me ha contado sus problemas, que son fruto de la convivencia, y del hecho, de cada día salga el sol y luego la luna, y aunque piense sinceramente, que son problemas banales, al fin al cabo, todos lo son, sí los siento como los más graves del mundo, porque les provocan dolor, pena y angustia, y eso es lo que me hace sufrir por ellos. Pero esos sufrimientos, esos problemas, son a raíz de vivir mil vidas, o como le decía a alguien «él que nada hace, nunca pierde o falla, en cambio, el que hace muchas cosas, siempre fallará alguna vez».

Eso es, lo que me mata ahora. Creo que nunca te he dicho mi edad, o quizás, no con la fuerza con la que yo la veo. Dentro de unos meses, aún me faltan algunos cuantos, pero llegarán, cumpliré los 25 años. Fruto de ellos, nada que se puede escribir en un epifanio, nadie que quiera ir a un entierro, nada que quede escrito en ningún sitio, ningún recuerdo que recuperar. Me pregunto si vale la pena seguir. Se que lo haré, soy un puto cobarde, y por eso sigo aquí. 25 años, sin vivir nada, si existiera un dios, cuando muera y me pregunte, en que los aproveche, no podré decirle nada. Es así de sencillo, no hay metáforas, ni ideas subjetivas, ni claves en mis palabras, 25 años tirados a la basura, o sin usar, sin amigos, sin parejas, sin ser uno mismo, sin historia, sin estudios, sin base alguna para el futuro.

Claro, siempre se me olvida la gilipoyez, que sólo tu creerás, esa que dice que todo llega, ese gilipoyez que decimos cuando no sabes que decir para animar al otro. Quizás nos sirva para hacer creer a nosotros mismos que hemos ayudado, y que hemos resuelto el problema con la frasecita, pero no es cierto. No es así. La mierda es mierda, aunque te la den con un lacito rosa y en una caja de música.

Estoy cansado, ¡Te lo he dicho ya tantas veces! Siempre escribo lo mismo, mismas historias, incluso mismas palabras. Me doy cuenta hasta yo, con cada línea que escribo. Siempre usando las mismas frases, las mismas ideas, todo con redundante monotonía. Así de triste y sin embargo real. Posiblemente por que nada cambia, porque nada llega, porque nadie escucha, porque nadie puede hacer nada, pues el error, la clave, esta en mi. 25 años y sin ticket de vuelta.

¿Tengo miedo? No lo se, ya no se nada. ¿Se puede tener miedo todos los días? ¿Puede el miedo estar tan metido en tu carne hasta tal punto de no diferenciarlo?

Gilipoyeces, me duele el estomago, y estas son gilipoyeces, porque de nada sirve escribirlas, de nada sirve pensar en ellas, porque todo llega ¿No es eso? ¿No ibas a decir eso? ¿O ibas a usar la técnica de «son cosas de la edad»? claro, era eso, tú que has pasado por esto, o crees que puedes llegar a hacerte la más mínima idea de cómo es...

Voy a intentar dormir, mañana será un día como el doy, y como ha sido siempre en todos estos putos 25 años. Te mando a la mierda, ya ves. Hoy me duele el estomago, y me lo puedo permitir. Son letras, y escritas quedan, y no las voy a borrar. Pueden que no sean bonitas, pero así han sido escritas.

Ni que importaran algo.

lunes, 7 de noviembre de 2005

100

99 cartas
99 confesiones
99 pensamientos
99 miedos
99 sueños
99 vidas
99 muertes
99 misterios
99 silencios
99 deseos
99 golpes
99 miradas
99 razones
99 historias
99 secretos
99 desnudos
99 lagrimas
99 huesos

99 gritos

Y esta, hace el número cien.

domingo, 6 de noviembre de 2005

Inmortalizador de momentos

Hoy de nuevo, he salido para el centro, a visitar algún otro museo o exposición. Esta vez, fue una muestra fotográfica. Supongo que ya sabes, que me gusta mucho la fotografía. ¿Por qué? Creo que será por que me permite conocer otros mundos, lo que se ve a través de otros ojos. Conocer lugares lejos de aquí, vidas pasadas o presentes, con mil y una historias, con detalles, que aunque estando a tu alrededor no te detienes a verlos, a percibirlos.


Espejo

Es más, aunque me encanta fotografiar, creo que disfruto más viendo las fotos de otros, de trasladarme justo donde estaban ellos, ponerme exactamente en el mismo sitio, y mirar a través de sus ojos. Me parece hermoso, apasionante, poder a su vez, mostrar a los demás lo que tú ves, y de alguna extraña forma, como si de un conjuro se tratase, prestar tus pupilas durante un instante a ellos.

Sí alguna vez alguien te pregunta, no digas que haces fotografías, sino que inmortalizas momentos, y haces que perduren eternamente. Es una forma de hacer que estos siempre vivan, y no caigan en el olvido, o en la deformación del recuerdo y la distancia. Di, que te dedicas a salvar imágenes, momentos, que de otra forma morirían, di, que tu misión, es abrir el mundo, que es enseñar lo que se nos pasa desapercibido, o mejor no digas nada, coge unas fotografías y muéstralas, ten la valentía de abrirles el mundo, abrirte al mundo

miércoles, 2 de noviembre de 2005

En museos

Aquí, en lo más parecido, a mi nuevo hogar, me he hecho una proposición a mi mismo algo vana y no muy intensa. La de visitar casi todas las semanas, algún museo o acto cultural.

Por ahora, he ido cumpliendo en la mayoría de las veces. Me preocupa dejarme llevar, y convertirme en tantos, que aún teniendo la oportunidad, la desaprovechan, y terminan sin ir ninguna vez.

En el primero en el que he ido, siéndote sincero, me he sentido defraudado. Era un domingo, entrada gratuita, y el museo se encontraba lleno. De turistas, de gente local, de gente de aquí y de allí, demasiados, que no nos permitíamos a nosotros mismos ni quedarnos quietos para contemplar nada. Aunque fui con la intención de ver mirar todo el museo, ya en la primera sala me sentí cansado e invadido. Miraba más a la gente, intentando escudriñar algo de sus vidas, ver de donde venían, lo que decían, lo que sentían al mirar una obra. Su forma de vestir, mirar a donde ellos miraban, ver color de sus ojos, ver como vestían, como hablaban, como respiraban.


En el museo

Aunque empecé por la sala de esculturas, me quede allí. Terminé dejándome llevar por la gente. Mirándoles, quedándome asombrado por tanta variedad, contemplando tanta belleza, tanta diversidad, tanta originalidad, y tanta fuerza en cada uno de ellos. Me gustan las personas, creo que son la mayor obra de arte que puede existir. Es impresionante todas las perfecciones que reúnen, toda la belleza que esconden, y la individualidad que muchos de ellos defienden.

En una película, el protagonista le echaba en cara a su padre, que mostrara más interés por gente muerta hacía miles de años, que por el cada día. Algo muy parecido me pasa a mi. Me encanta la gente. Creo que es lo más perfecto que existe, lo más bello que dios a creado. Pero no lo digo con palabras vacías, sino con sinceridad. Me gustaría que todo el mundo fuera el mejor amigo de todo el mundo. Me gustaría unirme totalmente con cualquier desconocido, sin importar nada el contexto. Me gusta la fotografía, porque me permite mirar cosas que de otra forma, pasarían desapercibidos, o tendría prohibido. En cualquier foto, escudriño buscando que los rostros, las gentes, me cuenten cosas. Entenderlos, amarlos.

Pero desgraciadamente, existe una gran distancia entre ellos y yo. Es como si viviera en una burbuja. No tengo ninguna relación con nadie, y soy muy malo para ello. Aunque no dejo de buscar rostros, siempre estoy muy sólo. Aunque no dejo de leer libros y analizar todo, termino sin ser comprendido, y muchas veces mal interpretado.

No se, me niego a pensar que es un precio a pagar, suena a excusa muy mala. Supongo que es problema mío, que algo debo de cambiar, aunque también supongo, que ese algo, es incambiable. Aún así no pasa el día, en que bajo, y sigo contemplando esas esculturas griegas andantes, esas historias de cada uno, esos detalles que les individualizan y les hacen aún más especial. Quizás algún día, alguien se detendrá, coincidirá su mirada con la mía, y con ello bastará.

Mientras tanto, seguiré hiendo allá en donde haya personas, y seguiré intentando conocerles y amarles, aunque nunca termine por comprenderlos y siga el camino sólo e incomprendido.


Ahora, viendo la foto de la chica del pelo rojo, me pregunto que será de ella. Si quisiera, podría saberlo todo sobre la estatua y el lugar, pero ya nada sobre la chica y su pelo.