Aquí, aún lejos de todo, suena el móvil desde que llegue, casi cada día. A veces es la familia, algún compañero de estos meses, o algún viejo amigo. Me pasa lo mismo que cuando necesito hablar con alguien; que no lo hago, que callo, no contesto.
Mis padres, por ejemplo, me han llamado en más de una ocasión, y cuando me preguntan, tengo que callar, y darle solo evasivas. Soy incapaz de hablarles de lo mal que lo estoy pasando, que solo pienso en irme de aquí, que estoy aislado, que me es imposible salir, y que mi única ocupación, es la de dormir, para ganar en esta estúpida lucha al tiempo. No conseguiría nada diciéndoles la verdad, al igual que no puedo hablar con los que me llaman, y no les cojo el teléfono. Luego los llamo al cabo de unas horas, arrepentido y con miedo a perderlos, les hablo muy genéricamente, con esperanza en mis palabras, describiéndolo todo de color verde, de aires limpios, y de música de fondo.
Me cuesta todo esto. Pienso en las otras veces que me ha pasado lo mismo, y de lo que me ha servido, y aunque intento no pensar en el futuro, se que estaré quizás en otro lugar, pero las características, como siempre, serán las mismas, no terminando de salir del agujero, ni creo que pudiera.
De verdad, me gustaría hablarte de cosas bellas y hermosas, de esperanzas, de anécdotas, de nuevas experiencias, de personas, de paisajes. Pero no puedo, no ahora. Soy incapaz de ello, estoy destrozado, y el escribirte me cuesta cielo y tierra. Se que todas mis cartas son iguales, quizás sea ese mi sino, la eterna tristeza, la soledad, el pesimismo, y la eterna maldición. Nada te puedo obligar a que sigas ahí, y es muy probable que deje de verte, que sea mejor que no leas estas cartas, aunque yo siga escribiéndolas, auto compadeciéndome. Posiblemente sea lo mejor, al igual que esas llamadas que suenan, y no las cojo, para no mostrarles mi realidad, contagiarles de todo, y preocuparles para nada.
Lo siento, en el fondo, no confío en nadie, absolutamente en nadie, es parte de la condena. La cadena perpetua.
Mis padres, por ejemplo, me han llamado en más de una ocasión, y cuando me preguntan, tengo que callar, y darle solo evasivas. Soy incapaz de hablarles de lo mal que lo estoy pasando, que solo pienso en irme de aquí, que estoy aislado, que me es imposible salir, y que mi única ocupación, es la de dormir, para ganar en esta estúpida lucha al tiempo. No conseguiría nada diciéndoles la verdad, al igual que no puedo hablar con los que me llaman, y no les cojo el teléfono. Luego los llamo al cabo de unas horas, arrepentido y con miedo a perderlos, les hablo muy genéricamente, con esperanza en mis palabras, describiéndolo todo de color verde, de aires limpios, y de música de fondo.
Me cuesta todo esto. Pienso en las otras veces que me ha pasado lo mismo, y de lo que me ha servido, y aunque intento no pensar en el futuro, se que estaré quizás en otro lugar, pero las características, como siempre, serán las mismas, no terminando de salir del agujero, ni creo que pudiera.
De verdad, me gustaría hablarte de cosas bellas y hermosas, de esperanzas, de anécdotas, de nuevas experiencias, de personas, de paisajes. Pero no puedo, no ahora. Soy incapaz de ello, estoy destrozado, y el escribirte me cuesta cielo y tierra. Se que todas mis cartas son iguales, quizás sea ese mi sino, la eterna tristeza, la soledad, el pesimismo, y la eterna maldición. Nada te puedo obligar a que sigas ahí, y es muy probable que deje de verte, que sea mejor que no leas estas cartas, aunque yo siga escribiéndolas, auto compadeciéndome. Posiblemente sea lo mejor, al igual que esas llamadas que suenan, y no las cojo, para no mostrarles mi realidad, contagiarles de todo, y preocuparles para nada.
Lo siento, en el fondo, no confío en nadie, absolutamente en nadie, es parte de la condena. La cadena perpetua.
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